miércoles, 25 de abril de 2012

Elogio de la frívola estupidez


Por Daniel Salinas Basave



Hace un par de meses escribí en El Informador una columna titulada Tres libros y un copete, en donde reflexiono sobre la rampante ignorancia del candidato presidencial priista Enrique Peña. Desde entonces a la fecha he recibido más de un centenar de correos de lectores, la mayoría de ellos manifestando su coincidencia con lo ahí expresado, aunque otros tantos reclamándome e incluso insultándome por mis puntos de vista. Llevo más de dos años publicando esta columna todos los jueves, donde tradicionalmente hablo de Historia, y la verdad nunca antes lo aquí escrito había generado semejante reacción. Me han echado en cara por igual ser amlista o anti amlista (no cabe duda que cada quien interpreta un escrito como quiere) me han dicho panista y me han acusado de perseguir oscuros intereses. Así las cosas, considero pertinente aclarar algunos puntos.



Sobre los intereses que persigo al expresar mis ideas, les diré que se reduce a uno solo: poner mi sencillo granito de arena para que Enrique Peña Nieto no gane las elecciones.Tan simple como eso. ¿A quién apoyo? A quien tenga más posibilidades de derrotarlo. Josefina o AMLO me dan igual. Ninguno de ellos me gusta demasiado para ser honesto, pero le regalaré mi voto al que antes de la jornada electoral esté en mejores posibilidades de derrotar al prista. 



No me gusta el entorno, pero considero que la abstención es el peor de los caminos, así que si aun no decido por quién votar, por lo menos ya estoy seguro de por quién no voy a votar. Al menos una certeza tengo en esta vida. ¿Por qué me siento tan seguro? Es lo que intentaré explicar. De entrada, podría apostar doble contra sencillo a que Enrique Peña Nieto es el candidato con el cociente intelectual más bajo que ha tenido el PRI en toda su historia. Su estatura intelectual es francamente miserable. Vaya, frente a un José López Portillo, un Carlos Salinas de Gortari y ya no digamos un Ernesto Zedillo (del Poli), Peña es un enano mental. Me refiero exclusivamente a capacidad intelectual y por favor no interpreten esto como una apología de corruptos consumados como López Portillo y Salinas de Gortari. Ladrones, cierto, pero inteligentes y capaces de seducir con su intelecto y no solo con una carita maquillada. Zedillo es punto y aparte y siempre merecerá todo mi respeto (y el mío, es del Poli). A lo que voy con la comparación, es que imagino perfectamente a estos tres ex presidentes hablando y sorprendiendo en un foro de la ONU o en Harvard (Zedillo de hecho es mente maestra por esos lares) (estudió en el Poli) pero con toda franqueza no imagino el ridículo que haría un bobo consumado como Peña Nieto en un foro internacional de jefes de estado. Vaya, un personaje cuyos valores y conceptos lo hacen más parecido a Paris Hilton que al jefe de una nación en vías de desarrollo, no puede aportar conceptos más profundos que las respuestas para una revista socialité. Francamente nunca había escuchado un discurso de candidato presidencial tan artificial, tan hueco, tan insustancial, tan lleno de lugares comunes. Ideal para el twitter y el teleprompter. No cabe duda que una sociedad deprimida y sumida con el hartazgo como la mexicana es propensa a comprar espejitos. El problema es que la bisutería de Peña es realmente baratísima y a leguas se nota que vende un producto falso. Pero si como candidato me parece hueco y carente de conceptos e ideas, como ser humano me parece una verdadera basura, una persona desechable. Vanidoso, ególatra e hipócrita. Falso por cada costado de su ser. Un personaje así, enamorado de sí mismo, obsesionado por su arreglo personal y por su figura en el espejo, no puede traer nada bueno para México. Me sorprende que entre sus potenciales votantes haya tantas mujeres enamoradas de su imagen de muñequito de feria.



Las mexicanas votarán por un tipejo hipócrita capaz de engañar a su esposa y desentenderse de los hijos que ha tenido fuera del matrimonio. El perfecto irresponsable generador de madres solteras. Que no me vengan algún día las votantes de Peña con discursos de equidad de género y liberación femenina, porque al apoyar a ese monumento a la falsedad, solamente están demostrando su bajísima autoestima. También me sorprende un país que se pretende democrático donde seguimos viendo humillantes acarreos y expresiones de bajísimo servilismo y pleitesía como las observadas durante su mitin en Mexicali. El peor México posible es el México de Peña Nieto, el México de tv y novelas, el México de los millones de viviendas miserables donde no habrá nunca un solo libro y sí en cambio una antenita de televisión. El México patriotero de camiseta tricolor en el Mundial y fervor religioso en visita papal. El México que tiene la autoestima por el suelo. El México de la cultura de la simulación y la hipocresía que prefiere pactar con el crimen organizado a enfrentarlo.Me disculpan, pero yo siento verdadero asco por un país así y por eso mi voto es contra Enrique Peña Nieto.

martes, 24 de abril de 2012

LOS PRESIDENCIABLES ¿CUAL ES EL MENOS MALO?

Luis Gutiérrez Poucel Consultor Económico
30 Marzo 2012

El tema de actualidad en el país es: quién va ser el próximo presidente?


¿Qué tal si pudiéramos evaluar a los tres presidenciables desde el punto de vista del bienestar nacional, de lo que le importa al pueblo de México, considerando la trayectoria que han tenido y su desempeño en el pasado? Eso es lo que pretendemos hacer en este artículo: evaluarlos de la manera más objetiva posible, lo cual es muy difícil, porque hay mucho de subjetividad en cualquier evaluación; pero a riesgo de pecar de sesgos ideológicos y políticos, aquí les va mi modesta evaluación.

Índice de la Esperanza
Pero antes de calificarlos, tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué bases los vamos a evaluar. Si tomamos el Índice de Desarrollo Humano propuesto por los organismos internacionales, los tres indicadores relevantes serían (1) el PIB per cápita, (2) la educación y (3) la esperanza de vida. Pero como nosotros sabemos, el bienestar de una nación requiere de otros elementos, tales como la seguridad, combate a la corrupción y la efectividad del gobierno para gobernar, entre otros.

El Banco Mundial ha propuesto el Índice de Gobernabilidad, compuesto por los siguientes indicadores: (1) voz y rendición de cuentas, (2) estabilidad política, (3) efectividad del gobierno, (4) calidad regulatoria, (5) imperio de la ley y (6) control de la corrupción.

Para el caso de México, vamos a tropicalizar dichos índices para aterrizar más de cerca a nuestra realidad, construyendo el Índice de la Esperanza. ¿En qué consiste este índice?, se preguntarán. Este índice se compone de seis indicadores: (1) el PIB per cápita, (2) distribución del ingreso, (3) educación, (4) efectividad para gobernar (gobernabilidad en corto), (5) seguridad y (6) corrupción.

Pasemos ahora a la evaluación de cada presidenciable.
 Josefina Vázquez Mota
La administración de JVM probablemente mantendría el blindaje económico de la economía, respetaría la autonomía del Banco Central y conservaría la prudencia fiscal. El Producto Interno Bruto per cápita crecería a igual ritmo o un punto porcentual por arriba del PIB per cápita de los Estados Unidos, que es nuestro principal punto de referencia. Tendríamos estabilidad económica durante todo su sexenio.

La distribución del ingreso seguramente se mantendría igual que como estamos ahora, no habría grandes avances en la reducción de la pobreza, no se lograría la reforma fiscal y la gestión del Ejecutivo Federal tendría el mismo impacto sectorial que el gobierno de Felipe Calderón.

El gobierno de Josefina evitaría confrontaciones con el sindicato de la maestra Gordillo; mantendría los mismos niveles de gasto e inversión en educación que la de los gobiernos panistas recientes. En suma, en el campo de la educación no habría grandes avances, mantendríamos nuestros bajos niveles educativos que observamos cuando nos comparamos con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

El gobierno panista tendría las mismas dificultades para alcanzar acuerdos con el Congreso que sus predecesores para llevar a cabo las reformas estructurales que el país requiere y para controlar los excesos de los gobiernos estatales. El nivel de gobernabilidad sería equivalente al de los gobiernos panistas del 2000 al 2012.

En cuanto a la seguridad, su gobierno mantendría las mismas líneas de confrontación militar contra el crimen y la delincuencia organizada, no legalizaría las drogas cuyo tráfico hacia EUA ocasionan más daño al país en términos de violencia e inseguridad.

Finalmente, en la lucha contra la corrupción el gobierno de Josefina Vázquez Mota no iría contra los presidentes, gobernadores de los estados ni secretarios de Estado que robaron en el pasado. Mantendría los mismos niveles de monitoreo y control de la corrupción tan suaves para los niveles altos como los que mantuvieron los gobiernos panistas que la antecedieron. La corrupción en los altos niveles de los gobiernos estatales continuaría con algunos de ellos endeudándose masivamente para financiar proyectos cuestionables. Los elementos de control de la corrupción y abuso de confianza de los niveles medios y bajos probablemente mejorarían un poco.
Andrés Manuel López Obrador

Qué tal le iría al gobierno de AMLO con el Índice de la Esperanza ? Para empezar, el ingreso per cápita probablemente crecería por debajo del ritmo del de los EUA, difícilmente alcanzaría en promedio durante el sexenio el nivel americano, por las siguientes razones: el gobierno de AMLO eliminaría el blindaje económico, terminaría con la autonomía del Banco de México, no seguiría una política de prudencia fiscal e iniciaría una confrontación abierta contra los inversionistas privados nacionales y extranjeros; su administración introduciría nuevamente el financiamiento deficitario, acelerando la inflación y devaluando el valor del peso; la inversión privada disminuiría; el déficit comercial aumentaría junto con el proteccionismo comercial y los precios de los productos nacionales e importados aumentarían en el mercado interno. En otras palabras, la economía perdería competitividad, tendríamos una crisis económica durante la mayor parte del sexenio y aumentaría la dependencia a las exportaciones de petróleo crudo.

La distribución del ingreso se deterioraría por los efectos inflacionarios, por la disminución en la tasa de crecimiento económica, por la confrontación entre clases de diferente ingreso, por la reducción de la inversión privada y por la disminución en la creación de empleos. La administración mejoraría los programas de reducción de la pobreza extrema, aumentando el gasto para necesidades sociales del 7.2% del PIB al 10%, pero este esfuerzo no sería suficiente para contrarrestar la reducción del ingreso de la clase media y de los más pobres por la inflación y el aumento del desempleo. Seguramente no habría reforma fiscal, y si la hubiera, sería en contra del crecimiento económico y de la inversión, su énfasis sería en mayores ingresos fiscales penalizando la inversión y favoreciendo al consumo. El ejecutivo federal tendría un fuerte impacto sectorial, a través de grandes proyectos públicos, habría gran participación de contratistas, en especial aquellos que apoyasen financieramente al PRD y de nuevos contratistas que nacerían al amparo de los contratos del gobierno. Los mexicanos terminaríamos pagando doble por estos grandes proyectos populistas, primero porque para desarrollarlos se necesitarían de los impuestos que pagamos, y segundo por las molestias que ocasionarían su construcción y por el impuesto inflacionario que eventualmente tendríamos que pagar todos los mexicanos.

En el terreno de la educación, si Andrés Manuel no puede controlar al sindicato de Elba Esther Gordillo, luchará en su contra, tratando de crear su propio sindicato incondicional a sus políticas. Habría un fuerte aumento en los niveles de gasto e inversión para la educación, pero tendría poco impacto en la calidad de la educación, así como en el nivel de calificación de la mano de obra, pues el énfasis sería más en la cantidad que la calidad, sería una educación politizada.

En cuanto a gobernabilidad habría una abierta confrontación con el Congreso, las reformas que se aprobarían serían populistas, no para mejorar la efectividad del gobierno, sino para vender la imagen de buen gobierno a la opinión pública. El estilo de gobernar produciría un diálogo aguerrido con los estados gobernados por la oposición. Habría inestabilidad política durante la mayor parte de su sexenio.

En lo que toca la seguridad, el gobierno de Andrés Manuel trataría de pactar y dirigir a la delincuencia organizada: su lema sería si no es posible combatirlos, preferible controlarlos y dirigirlos. Seguramente legalizaría algunas de las drogas cuyo tráfico más perjudican al país: la marihuana y la cocaína.

En cuanto al control de la corrupción, el gobierno de Andrés Manuel mantendría muy abierto los ojos monitoreando y criticando a los gobernadores de los partidos de oposición y cerrando sus ojos a los excesos en los estados manejados por sus correligionarios y de los que apoyan a su administración. Los mecanismos de manejo y castigo de la corrupción de los niveles medios y bajos probablemente no serían efectivos.

Enrique Peña Nieto

Finalmente, ¿cómo saldría la evaluación del candidato puntero EPN? Seguramente la administración de Enrique trataría de manipular el blindaje económico, socavaría la autonomía del Banco Central y se alejaría de la prudencia fiscal cuando así le conviniera y fuera necesario para sus fines políticos o personales. El ingreso per cápita de los mexicanos posiblemente crecería al mismo ritmo que el de los americanos, quizás un poco por encima. Habrían grandes proyectos y mucha participación de especuladores y contratistas, por lo que los mexicanos terminaríamos pagando triplemente por estos gigantescos proyectos de desarrollo: primero para financiar su desarrollo con nuestros impuestos, segundo por las molestias durante su construcción y tercero terminaríamos pagando peaje por el uso de los servicios de infraestructura que generarían. Posiblemente habría una crisis económica al final del sexenio cuando el gobierno tratase de apurar la terminación de sus grandes proyectos con financiamiento deficitario.

La distribución del ingreso probablemente empeoraría por los efectos inflacionarios de su oportunista política fiscal. No habría grandes avances en la reducción de la pobreza, manteniéndose los niveles actuales de 52 millones de pobres. Indudablemente no habría acuerdos para llevar a cabo una reforma fiscal.

En cuanto a la educación, el gobierno de Peña Nieto continuaría apoyando al sindicato de Elba Esther Gordillo. Habría un aumento en los niveles de gasto e inversión dedicados a la educación pero con poco impacto en la calidad educativa, probablemente habría inclusive un retraso en los indicadores de calidad de la educación debido al mayor énfasis que se daría a la cantidad más que a la calidad, favoreciendo y compensando la trayectoria política de los maestros y oponiéndose a su evaluación y premiación de sus conocimientos.

En términos de gobernabilidad habría una mejora, dada la mayor experiencia que tienen los priistas para manejar al país, pero continuarían las dificultades de entendimiento con el Congreso y para llevar a cabo las reformas estructurales que necesita el país. El nivel de control y supervisión en los gobiernos estatales mejoraría un poco, pero el cambio no sería sustancial.

En términos de seguridad, el gobierno de Enrique trataría de pactar con los criminales y la delincuencia organizada lo que a la postre, nos resultaría muy caro. Es ridículo e infantil pensar que se puede negociar y pactar con pillos que por definición no tienen palabra ni honor. Precisamente por ello son criminales, porque no tienen escrúpulos ni respeto al derecho ajeno. Probablemente no logre legalizar las drogas para sacar de la ecuación de la oferta al elemento criminal.

Finalmente en lo que toca al control de la corrupción, el gobierno de Peña Nieto no iría contra los gobernadores, secretarios de estados ni presidentes ladrones; trataría de pactar para que a él y a sus allegados, al terminar su administración, no les hicieran lo mismo. Los mecanismos de control de la corrupción y abuso de confianza de los niveles medios y bajos probablemente mejorarían.
Boletas de calificaciones
En la evaluación comparativa de los presidenciables, considerando las calificaciones a cada uno de los indicadores del Índice de la Esperanza , ninguno de los tres candidatos aparece como la mejor opción para México, pero la opción menos mala parece ser Josefina Vázquez Mota con un promedio de 6.5. El presidenciable más malo sería Andrés Manuel López Obrador con una calificación promedio de reprobado de 3.6. Enrique Peña Nieto pasaría de panzaso con un 6 de promedio. Ninguno de los dos candidatos aprobados figuraría en el cuadro de honor.

Evaluación de los presidenciables: Un ejercicio en razón a la esperanza
PIB PC
JVM.- 8.0
AMLO.- 2.0
EPN.- 7.8
Distribución del Ingreso
JVM.- 6.0
AMLO.- 4.0
EPN.- 5.2
Educación
JVM.- 5.5
AMLO.- 4.0
EPN.- 4.2
Gobernabilidad
JVM.- 6.5
AMLO.- 3.5
EPN.- 7.8
Seguridad
JVM.- 7.5
AMLO.- 5.0
EPN.- 4.7
Corrupción
JVM.- 5.5
AMLO.- 3.0
EPN.- 6.3
Índice de la Esperanza
JVM.- 6.5
AMLO.- 3.6
EPN.- 6.0

Resultado de la evaluación
Seguramente otro evaluador modificaría alguna que otra calificación, pero dudo mucho que el resultado final cambiara mucho en lo fundamental: en las próximas elecciones no vamos a votar por el mejor candidato, sino por el menos malo.
Los líderes políticos que tenemos son los que merecemos. Si algo nos dice nuestra historia es que los mexicanos generalmente votamos por sentimiento, por interés propio y para alcanzar beneficios a corto plazo. Los mexicanos no contemplamos el beneficio a largo plazo, el interés de nuestros hijos y nietos, el bienestar del pueblo. ¿Por qué desde la independencia hasta hoy hemos tenido mayoritariamente entre malos y pésimos líderes que han llevado al país a estados económicos muy por debajo de los niveles que hubiéramos podido alcanzar? Y no es porque no haya buenos líderes, los hay, es porque nosotros, los votantes no sabemos meditar nuestro voto. El votante mexicano desgraciadamente es egoísta, no altruista, por lo que existe la posibilidad de que vayamos a votar mayoritariamente en las próximas elecciones, no por el menos malo, sino por el más malo, el que más promesas haga, el que más despensas reparta.

lunes, 16 de abril de 2012

LAS TRES BATALLAS DE PUEBLA

LAS TRES BATALLAS DE PUEBLA

Juan Miguel Zunzunegui

En un país donde la historia se reinventa para moldear héroes y villanos según las necesidades del régimen, y se escribe como verdad absoluta un libro de texto gratuito y obligatorio, con el que se adoctrina a la inmensa mayoría de la población, todos conocemos el efímero triunfo del 5 de mayo y la falsa victoria contra el invasor, pero nadie conoce la historia completa; la historia de las tres batallas de Puebla.

En un país donde la historia se enseña dogmáticamente y el sistema de educación no enseña a pensar sino a repetir, casi nadie se cuestiona por qué si supuestamente ganamos contra los franceses en la Batalla de Puebla, el 5 de mayo de 1862, la bandera francesa ondeaba en 1863 en Palacio Nacional y nuestro país estaba dominado por las tropas de Napoleón. La cuestión es simple, no hay nada que festejar el 5 de mayo, se ganó una batalla pero no la guerra. Se ganó el primer tiempo, pero se perdió el partido.

La primera batalla de Puebla, la que siempre nos cantan y a la que en este 2012 se le hará especial escándalo, se llevó a cabo el 5 de mayo de 1862 contra las tropas francesas que avanzaban desde Córdoba hacia la Ciudad de México. Fue una avanzada del ejército francés, recibidos por el ejército de los Zacapoaxtlas, que efectivamente vencieron a la avanzada francesa y los obligaron a replegarse a Córdoba. Un verdadero triunfo hubiera significado ir tras ellos y hacerlos volver hasta el mar; en vez de eso, una vez que las tropas invasoras huyeron, las tropas nacionales suspendieron el ataque, por orden, por cierto, de Ignacio Zaragoza; el general que no supo, quiso o pudo consolidar el triunfo. El general que desde una casa de campaña y en una mesa de estrategia cantó la retirada, a pesar del empeño de continuar el ataque por parte del general de brigada que comandó a las tropas del 5 de mayo en el campo de batalla: Porfirio Díaz.

Las tropas invasoras se replegaron, se reagruparon, se recuperaron y se triplicaron. Una vez hecho todo esto, volvieron al ataque y se enfrentaron de nuevo al ejército mexicano en la segunda batalla de Puebla, esa de la que no hablan ni media palabra los libros de historia por una razón muy simple; porque se perdió. En marzo de 1863 los franceses marcharon sobre Puebla, tomaron la ciudad y siguieron su avance hasta la capital, que fue tomada el 7 de julio de 1863.

Esta ocupación francesa dio lugar al corto Imperio de Maximiliano, quien aceptó el “Trono de Moctezuma” el 10 de abril de 1864. Los pormenores del austriaco y su imperio son otra historia digna de otro artículo; bástenos recordar que en marzo de 1866, tras apenas dos años de gobierno, Maximiliano perdió el apoyo de Napoleón III, quién mandó que sus tropas se fueran retirando del país, y selló con ello la suerte del emperador. Juárez permanecía en la frontera con su gobierno, y dos generales mexicanos comenzaron la reconquista del territorio, Mariano Escobedo al norte y Porfirio Díaz al sur.

Para marzo de 1867 el Imperio sólo controlaba Querétaro, donde habían instalado la capital, Puebla y la Ciudad de México. Mariano Escobedo tomó Querétaro, mientras por otro lado se llevó a cabo la tercera batalla de Puebla; el 2 de abril de 1867 Porfirio Díaz derrotó a los franceses, los expulsó de la ciudad y los replegó hasta el Golfo de México. Después de eso, marchó sobre la Ciudad de México, donde derrotó a las últimas tropas enemigas, perdonó a los franceses y fusiló a los mexicanos traidores. El 15 de julio de 1867, el triunfante Díaz licenció a sus tropas y entregó la capital al presidente Benito Juárez.

¿Por qué nuestra historia ignora los triunfos de Díaz y las otras dos batallas de Puebla? Simplemente porque nuestro discurso histórico hizo de Juárez un héroe y de Díaz un tirano, y al maniqueo estilo de nuestra historia; los buenos son absolutamente buenos y los malos absolutamente malos. Es imposible entonces hablar de los aspectos negativos de Juárez, tema de otro artículo; y es prohibido hablar de los hechos heroicos de Díaz, como su participación en la primera Batalla de Puebla, donde todo el crédito se lo queda Ignacio Zaragoza, sus más de 30 batallas victoriosas contra los franceses; y mucho menos de su apabullante triunfo en la tercera batalla de Puebla, de la que poco cuentan nuestros libros pero que fue en la que realmente se derrotó y expulsó a los franceses, y a las tropas de conservadores mexicanos, y que fue vital para el restablecimiento de la República.

Nada ganamos los mexicanos el 5 de mayo de 1862 en Puebla, nada absolutamente; un efímero laurel que, debido a la desunión del pueblo, no cristalizó y se convirtió en derrota y conquista. Mucho ganamos en la olvidada fecha del 2 de abril de 1867, cuando un olvidado y denostado héroe derrotó a los invasores del país. Independientemente de aquellos hechos del pasado; el mexicano de hoy sigue quizás tan desunido como en aquella intervención francesa o como en la tan mentada invasión gringa. Aún somos incapaces de construir puentes para dialogar…, pero para vagar ni se diga. El 5 de mayo, sumada el día del trabajo nos da una semana de trabajo derrochada en honor de una batalla perdida.